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No lo llames hambre cuando significa sed: la señal de deshidratación que manda tu cerebro

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En verano, tu cerebro puede jugarte más de una mala pasada. El calor no solo agota más rápido, también altera la forma en la que interpretas lo que tu cuerpo necesita. Puede que pienses que tienes hambre, pero en realidad lo que necesitas es agua. Esta confusión entre hambre y sed es más común de lo que parece y tiene una explicación científica. El problema es que, si no prestas atención, puedes acabar comiendo cuando deberías estar bebiendo. Y esto, lejos de ser una mera anécdota, puede tener consecuencias para tu salud.

La deshidratación es especialmente peligrosa cuando aprieta el calor, algo que en España ocurre cada vez con más frecuencia y durante más semanas al año. Afecta de forma más intensa a ciertos grupos: los niños, las personas mayores y las mujeres embarazadas. En ellos, la capacidad del organismo para conservar líquidos es menor, y la percepción de la sed puede ser más débil o tardía. Por eso, no basta con esperar a tener sed para beber. Conviene saber interpretar bien los mensajes del cuerpo y adelantarse a ellos siempre que sea posible. Por eso, comprender que hambre, sed y deshidratación pueden juntarse y complicarnos es más que necesario.

Una señal mal interpretada puede desencadenar un efecto dominó: comes en lugar de beber, empeoras la deshidratación, y los síntomas se agravan. Aparecen el cansancio, los mareos, los calambres o la falta de concentración. Y todo esto podría haberse evitado con un simple vaso de agua. Por eso es tan importante conocer cómo funciona este mecanismo cerebral que confunde el hambre con la sed. Algo de lo que ya hemos hablado anteriormente en THE OBJECTIVE.

No lo llames hambre, sino sed: las alertas de la deshidratación

Tu cerebro no siempre sabe distinguir entre comer y beber. En el hipotálamo, que es la región encargada de regular funciones vitales como el hambre o la temperatura, se generan impulsos muy parecidos cuando el cuerpo necesita comida o agua. Además, ambos estímulos activan el núcleo accumbens, una parte del cerebro vinculada al placer y a la motivación. Esta es la razón por la que, en muchas ocasiones, puedes sentirte impulsado a comer algo, cuando en realidad lo que tu cuerpo necesita es hidratarse. Una pequeña trampa que hace que hambre, sed y deshidratación se solapen.

Las investigaciones indican que las mismas neuronas que se activan ante la comida también lo hacen cuando el cuerpo está deshidratado. Es decir, el cerebro no interpreta lo que necesitas por el tipo de estímulo, sino por la intensidad del deseo. Esto puede provocar que respondas mal: eliges un tentempié cuando habría sido mejor tomar agua. Si esta confusión se repite con frecuencia, puede alterar tus hábitos alimentarios y contribuir a problemas como el sobrepeso o la fatiga crónica.

La clave también está en saber identificar las señales de la deshidratación antes de que sea tarde. La sed es el primer aviso, pero no siempre llega a tiempo, sobre todo en personas mayores. Otros indicadores que debes vigilar son la boca seca, la reducción de la frecuencia con la que orinas o un color más oscuro de lo habitual en la orina. Si además notas dolores de cabeza, dificultad para concentrarte, estreñimiento o calambres, probablemente estés perdiendo más agua de la que deberías. En ese caso, no comas: bebe.

Amigos y enemigos de la hidratación

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Hidratarse no solo significa beber agua, sino también consumir productos que nos ayuden a prevenir esa deshidratación. ©Freepik.

En los meses más calurosos, no esperes a tener sed para beber. La hidratación debe ser preventiva y constante. Para ello, el agua sigue siendo la mejor opción. Pero también puedes ayudarte de alimentos ricos en agua como la sandía, el melón, el pepino o el tomate. Las sopas frías, como el gazpacho o el salmorejo, no solo son refrescantes, sino también excelentes fuentes de hidratación, además de aportar sales minerales y antioxidantes beneficiosos para el organismo. De hecho, en un mismo impasse podríamos resolver hambre y sed para evitar la deshidratación.

No todo lo que ingerimos ayuda a mantenernos hidratados. Hay productos que, lejos de ayudar, empeoran la situación. El alcohol es uno de los grandes enemigos del equilibrio hídrico: aumenta la eliminación de líquidos y contribuye a la deshidratación. Lo mismo sucede con los alimentos ricos en sodio, como embutidos o snacks salados, que hacen que el cuerpo retenga agua pero sin hidratar. Y los productos con mucho azúcar, como refrescos o bollería, también elevan la necesidad de líquidos, ya que el cuerpo requiere más agua para metabolizar el exceso de glucosa.

En cuanto al café, su efecto es más matizado. La cafeína tiene propiedades diuréticas, por lo que un consumo elevado puede llevar a una mayor pérdida de líquidos. Sin embargo, en cantidades moderadas, como uno o dos cafés al día, no tiene un impacto negativo significativo en la hidratación. De hecho, la nutricionista Mireia Obón-Santacana, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica que «en personas sanas que toman entre una y tres tazas al día, no se ha observado un impacto relevante en la hidratación».


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